El cambio muchas veces nos asusta, nos incómoda. Pareciera que tenemos miedo a reinventarnos. Frente a lo nuevo, a lo que no controlamos, nos resistimos, nos escondemos. Preferimos quedarnos en nuestra zona cómoda, dentro de nuestros viejos hábitos y lugares conocidos,  aunque quizás reconozcamos que necesitemos un movimiento.

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Nos encanta sentir que manejamos cada detalle de nuestra vida, creer que las cosas funcionan como pensamos. Intentamos tener el mando sobre situaciones y personas, sin darnos cuenta que esto nos lleva a esconder nuestros verdaderos sentimientos y necesidades.

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El arte de fluir y soltar es un aprendizaje constante. Si queremos recuperar la serenidad, la alegría, la buena relación que teníamos con algunas personas y el bienestar que hemos perdido, tenemos que comenzar por soltar el control que queremos ejercer sobre todos y sobre nuestro alrededor. 

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Recuerda que no somos indispensables para que las cosas se hagan,  cada quien es responsable de sí mismo y de producir un aporte conciente al trabajo en equipo y a la solución de conflictos.

No porque otros elijan hacer las cosas de una manera diferente, tenemos que suponer que saldrán mal. Aprendamos a darles el espacio y la oportunidad.

Cuando dependemos excesivamente del control y la razón, corremos el riesgo de perder la capacidad de entregarnos y la confianza en los demás y en la vida abundante.